(publicado por Camino Ivars en Heraldo de Aragón versión digital el 15.08.2020)
¿Cómo responderían los aragoneses a un segundo confinamiento?
La psicóloga clínica María José Ochoa, experta en emergencias, señala que la ciudadanía cuenta con la experiencia de la primera vez, pero también con mayores niveles de cansancio, miedo y sensación de vulnerabilidad.
María José Ochoa, psicóloga experta en emergencias. Heraldo
Pandemia, crisis del coronavirus, la posibilidad de un segundo confinamiento después del verano… Estos días son muchas las dudas que asaltan a la ciudadanía y varias las voces que auguran que este nuevo virus ha llegado para quedarse, pero, ¿podemos decir que ya ha pasado lo peor? Según María José Ochoa, psicóloga clínica experta en emergencias y una de las coordinadoras del Grupo de Intervención Psicológica en Emergencias y Catástrofes (GIPEC) del Colegio Profesional de Psicología de Aragón (COPPA), es algo que, aunque nos gustaría poder afirmar, es imposible saber a ciencia cierta. “Nos movemos en la dimensión de las conjeturas en la que todo es dinámico y cambiante. Depende de cómo se comporte el virus y de cómo nos comportemos nosotros”, afirma la aragonesa.
En su opinión, en caso de vivir un segundo confinamiento, no todo sería igual: “Ahora tenemos más experiencia, conocemos mejor el virus, los hospitales están más preparados y la población está más implicada en las medidas de autoprotección”, explica. Por otro lado, asegura que estamos más cansados, más dañados y con más temores. “Todo eso, en comparación con el primer confinamiento, nos situaría en peor posición de partida. Y se puede teorizar con que las consecuencias que hemos visto volverían a darse e incluso se agravarían”, advierte.
Y es que el hecho de ser conocedores de que convivimos con personas asintomáticas que, en la mayoría de los casos, desconocen su estado y su capacidad de contagio, sin contar, por supuesto, con aquellos que se saltan la cuarentena de forma deliberada, genera un clima de incertidumbre y preocupación constante en la población.
A eso hay que sumar las cifras diarias de nuevos contagios, la falta de recursos profesionales y el hecho de ser conocedores de las repercusiones físicas y psicológicas que está dejando la primera oleada de la covid-19 en todo el mundo -entre las que se incluyen un significativo aumento de cuadros de ansiedad, depresión, trastorno de estrés postraumático y duelos complicados- también produce otra realidad: “Si bien es cierto que tenemos más conocimiento y experiencia, también lo es que estamos más cansados, que tenemos más miedo, y que hay una mayor sensación de vulnerabilidad y de incertidumbre generalizadas”.
Como explica Ochoa, desde el inicio del confinamiento ha crecido el número de consultas tanto en violencia de género como doméstica -especialmente de menores- así como sobre divorcio. “Se ha detectado un aumento en el consumo de psicofármacos -especialmente ansiolíticos, antidepresivos y analgésicos- y de alcohol. Se han agudizado las enfermedades mentales previas y han aumentado los cuadros depresivos, ansiosos y los casos de estrés postraumático. Todo esto en un momento marcado por la limitación de acceso a las consultas de atención psicológica”, asevera.
Sin hablar de los casos de suicidio, considerada desde hace años la primera causa de muerte no natural en nuestro país, es decir, mucho antes de la aparición de la pandemia. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) advertía al inicio de la crisis sanitaria sobre la necesidad de prestar una mayor atención a esta realidad que, a pesar de los avances, “en muchos casos todavía permanece oculta”, explica Ochoa que es, además, una de las fundadoras de la Asociación Aragonesa para la Prevención del Suicidio y Conductas Autolesivas (LIANA).
El duelo en tiempos de coronavirus
Entre el 17 de marzo y el 28 de julio han muerto en nuestro país más de 120.000 personas, no todos ellos a causa del coronavirus, pero sí que coinciden en algo: todos ellos se han visto condicionados por este escenario. “Si consideramos que cada uno de nosotros mantiene vínculos estrechos con, al menos, 10 personas, actualmente en torno a 1.200.000 personas están viviendo un duelo por una persona querida. Un duelo, en muchos casos, complicado, por las dificultades que ha habido para estar con un familiar en el hospital o en la residencia, hacer una despedida o recibir un apoyo compartido”, resume.
Y aunque es cierto que el ser humano tiene una gran capacidad para adaptarse a situaciones traumáticas, como explica Ochoa, esta adaptación puede suponer un arduo proceso que va desde el impacto inicial hasta su total absorción y que dependerá, en gran medida, de factores tanto personales como sociales: “Unas personas tardan más que otras en hacer este recorrido y algunas pocas pueden quedar paralizadas en este proceso o, directamente, dar respuestas de inadaptación”.
Cómo sobrellevar una situación extrema
Aunque pueda parecer complicado, lo primero de todo es asumir que, por el momento, nos toca aprender a convivir con la incertidumbre. “De lo contrario nos hacemos más vulnerables. Un buen consejo puede ser centrarnos en lo que sí podemos hacer, en lo que está bajo nuestro control, y dejar de elucubrar sobre lo que no es controlable”, explica Ochoa.
Del mismo modo, es importante trabajar en la gestión mental y emocional para no dejarse llevar por el miedo ni el pesimismo, así como concentrarse en el día a día. Por otro lado, la experta recomienda apoyarse en personas saludables: “Cuando compartimos una situación dolorosa o angustiosa con otras personas el peso se aligera. Además, nos pueden ayudar a encontrar otro enfoque”.
Finalmente, en lo relativo a los procesos de duelo, asegura que lo más importante es tratar de llevar al día nuestras relaciones. “Puede resultar interesante hacer un ejercicio de actualización en este sentido y no esperar al último momento para agradecer, disculparnos, amar o llamar a las personas que nos importan porque, a veces, ese último momento no se va a dar”, reflexiona.
Salud mental como asignatura pendiente
Ochoa asegura que tanto Aragón como el resto de España tienen en el ámbito de la salud mental una asignatura pendiente. En su opinión, sería interesante implementar programas de psicoeducación a nivel comunitario, por ejemplo, en gestión emocional. “Durante el confinamiento han salido programas televisivos de apoyo escolar o mantenimiento físico. ¿Por qué no ofrecer un espacio de 15 minutos para aprender a relajarnos o a gestionar ideas ansiógenas?”, plantea la psicóloga.
Además, la zaragozana reivindica la necesidad de un acceso universal a recursos de salud mental en un país en el que la ratio de psicólogo por habitante se sitúa en 4,3 profesionales sobre 100.000 personas respecto a la media europea que se sitúa en 18: “Mucha gente no puede permitirse ir a una consulta privada y la presencia de psicólogos en el sistema sanitario público es mínima. Esto se traduce en largas esperas, amplios periodos de tiempo entre citas y terapias de menor duración de la necesaria así como en un abuso en la medicalización de cuadros que se resolverían a través de la terapia psicológica”.